Por cosas del destino y los amores de la playa, tan reales y llenos de energía como una estrella fugaz cruzando el firmamento, llenando de aliento para pedir un deseo y aferrarte a la esperanza de tus deseos. Termine visitando el pueblo costeño de palomino, Colombia.

            80 kilómetros y poco menos de dos horas de recorrido en dirección norte separan palomino de Santa Marta. Al borde del rio con este mismo nombre, este ha sido un lugar que en sus inicios como un pueblo costero tenía población flotante de turistas notoria pero no relevante. Los años pasan, la existencia de este lugar rueda por todas partes del mundo, y al cabo de un par de años, la creación de nuevos hostales, hoteles, fincas de retiros espirituales, muchas veces por inversionistas extranjeros, aparecen para ampliar la oferta turística de este sector.

            En mi experiencia, Palomino es un centro mezcla cultural; la sabiduría indígena, el conocimiento local se entrelaza con aquellos viajeros de mochila, buscando un lugar donde desconectarse y estar frente al mar resguardados por el poder de las montaña. Un pueblito para el encuentro de conocimientos globales sobre la sostenibilidad ambiental con un discurso de amor hacia la Pachamama.

            Si, este concepto puede llegar a sonar un tanto hippie, y lo es… Entre tantos hostales y restaurantes que mantienen este concepto auto sostenible con un aroma a hierbas. Me hospede en el hotel boutique Casa Chapolín. Al momento de entrar supe que estaría en el lugar perfecto para tranquilizar mi mente, mis ideas y poder desarrollar mi contenido.

            Casa chapolín está ubicado cerca de una de las calles principales del pueblo, pero lo suficientemente apartado para sentirte fuera para sentirte aislado. En el terreno está la construcción principal, una casa larga, de arquitectura moderna e incluso minimalista, donde sus detalles son lo que realza su encanto. En este bloque encontramos un par de dormitorios compartidos de cuatro camas cada uno; camas amplias, limpias y con un baño por habitación.  Una habitación privada, sencilla, que de sencilla no tiene nada, nunca había estado en una cama tan grande en mi vida, podrían caber seis personas perfectamente allí, varias ventanas  y un amplio baño privado. Y una ensuite, del grande de una casa, un penhouse parecía, de esos lugares que solo ves en películas porno.

            Alrededor del jardín principal, están unas dos cabañas, con sus respectivos elementos para disfrutar de una pacífica estadía; zona de ejercicios  y BBQ. Realmente mi parte favorita fue el patio principal, un jardín protegido por la sombra de las palmeras y un gran árbol que no logre reconocer su especie, un amplio espacio verde para meditar, hacer un picnic, leer, escribir, mientras los sonidos del vientos, las aves y al fondo el mar, te llenan de semejante paz para inspirarte a seguir trabajado con pasión en tus proyectos.

            Quería escribir sobre esta experiencia pero no me sentía totalmente lleno para ello, un factor me faltaba, y ayer en la noche descubrí cual, el factor de comparar este lugar con otro.

            Ayer fui por un par de horas a una fiesta de Halloween, en un hostal en el pueblo de Guachaca; un pedazo de tierra al fondo de este lugar al borde del rio. Un lugar espacioso con un barco pirata como bar. Tenía dos escenarios para la fiesta, uno con música electrónica y el otro con perreo y dancehall. Las aproximadas 200 personas que se paseaban por el lugar iban de un escenario a otro, muchas historias pasaron esa noche, lo pude ver, nuevos amores, amistades, negocios, y eso sí, puro sudor de una fiesta en la selva playera.

            Fui, tenía que ir, era invitado especial, además hice una pequeña presentación al tocar algo de percusión en la zona del perreo. Parche con amigos, conocí un par de personas, baile y flui como una pluma en aire en la zona electrónica. Al cabo de un par de horas,  luego de tanta música fuerte y personas, sentí algo en mi pecho, necesito paz, tranquilidad, silencio, las olas del mar. Mi refugio ideal fue estar sentado, escuchando música en medio de este jardín, el jardín de casa chapolín; fue mi deseo platónico que no podría realizar físicamente en el momento, pero espiritualmente estaba allí. Me despedí de mis amigos y volví a mi tranquilo hostal a la orilla de mar, volé en la motocicleta por la carretera, entre, me senté unos minutos frente al mar en medio de la madrugada y me dije; que bueno es estar en casa.

Nos leemos  la vuelta.